Algunas mujeres asomaban en las puertas, se escurrían á la calle con sus hijos agarrados á las basquiñas, alargaban el cuello sin osar acercarse, pálidas, miedosas. Con vago andar de sombras se fueron juntando todas en medio del arroyo, y hablaban en voz baja y miraban al muerto desde lejos. Un perro del vinculero, con la cola entre las patas, atravesó la calle y se puso á lamer la sangre: En medio del silencio, se oía el chapoteo de la lengua sobre las piedras rojas. Una vieja le llamó enseñándole un pedazo de borona:
-¡Toma cadelo! ¡Toma!
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