La calle donde estaba el convento era angosta, y al rebato de campanas habíase llenado de mujerucas y de niños. El huerto daba sobre los esteros del río, un huerto triste, con matas de malva olorosa y cipreses muy viejos, donde había un ruiseñor. En el portón que daba al camino, dos mendigos, hombre y mujer, hablaban con el centinela, sentados en la orilla verde: Eran vagamundos que iban por los mercados vendiendo cribos. La mujer decía:
-Si hay contrabando escondido, no habéis de dar con él.
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