Canónigos y beneficiados, al volver del paseo, dieron compañía al caballero legitimista hasta la portalada de su palacio. Allí se despidieron con promesa de tornar en la noche para hacerle tertulia, y el caballero entróse solo por el vasto zaguán. Una sombra paseaba bajo las bóvedas, ya oscuras, y se oía el rumor de pasos y espuelas. Un caballo estaba atado en la puerta. La sombra vino hacia el Marqués de Bradomín:
-¡Soy uno de los hijos de Don Juan Manuel Montenegro!
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