El Señor Ginero, después de la siesta, todas las tardes salía de su casa con la escopeta al hombro y un cestillo de mimbres en la mano. Andaba lentamente, arrastrando los pies, y de reojo atisbaba al interior de las casas, donde veía los camastros sobre caballetes pintados de azul, y á las mujeres sentadas en el suelo haciendo red. A veces asomaba la cabeza por alguna puerta llena de humo, ese humo pobre de la pinocha, con olor de sardinas asadas:
-¿Lagarteira, está tú marido?
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