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CAPÍTULO V

Después del coro, algunos canónigos y beneficiados quedáronse á esperar la visita del caballero legitimista: Hablaban de la guerra calentándose en pie delante del brasero, en medio de la Sala Capitular. De tiempo en tiempo se oía el golpe de una puerta y el vuelo inocente de un esquilón. Viejos sacristanes, y monagos vestidos de rojo, iban y venían en la sombra. La Sala Capitular era grande, silenciosa y con olor de incienso. Tenía el techo artesonado y los muros revestidos de terciopelo carmesí franjeado de oro. En los rincones brillaban algunas cornucopias, colgadas sobre cómodas antiguas con incrustaciones. Por las mañanas el sol doraba los cristales de una ventana enrejada, y tan alta que debajo quedaba espacio para una alhacena con herrajes y talla del Renacimiento. El Marqués de Bradomín entró acompañado de su capellán. Canónigos y beneficiados le recibieron con esa cortesía franca y un poco jovial, que parece timbrar las graves voces eclesiásticas:
-¡Señor Marqués de Bradomín!