Entre un cortejo de plumas fatuas y chafados visajes paso la Reina Nuestra Señora al salón de Gasparini. Una gran mesa fulgente de cristal y argentería estaba dispuesta a fin de que hubiesen reparo para sus fallecidos ánimos las ilustres personas que habían recibido el pan eucarístico en la solemne función de Capilla. Para todos tenía una zumba popular y amable la Majestad de Isabel II. El Rey Don Francisco hacía chifles de faldero al flanco opulento de la Reina. Las Augustas Personas, agotado el repertorio de sonrisas y lisonjas, se entretuvieron largo espacio con el Duque de Valencia: Estaban los tres en el hueco de un balcón, tan profundo y amplio, que parecía una recámara. El Rey, menudo y rosado, tenía un lindo empaque de bailarín de porcelana. La Reina, con el pavo sanguíneo, se abanicaba. El Espadón, puesto en medio, abría las zancas y miraba de través, bajando una ceja, a las Personas Reales:
-Mi deber es aconsejar lealmente, sin perder de vista los intereses políticos y las altas responsabilidades de mis actos. La Real Familia no puede reconocer públicamente, ni tampoco con relaciones privadas, el origen misterioso de ese personaje.
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