La Rosa de Oro, salvado el símbolo y mirada en su ser de orfebrería, no era un primor del cincel: Si deslumbraba a los legos ingenuos, a los peritos edificaba contándoles las estrecheces del Santo Padre. Su Majestad La Reina, muy experta tasadora de alhajas, en el ceremonial de la entrega se afligió con un ahogo de lágrimas, secundado por todo el cortejo de plumas y bandas que llenaba la Real Capilla. Fue la solemnidad del acto, en consonancia a la señalada muestra con que distinguía a su Amada Hija en Cristo, la Santidad de Pío IX. Ofició el Señor Patriarca, asistido por los mitrados de Tuy y Salamanca. Estrenóse un terno pluvial, que la regia munificencia había encargado a las Seráficas Madres de Jesús. Era muy rico y refulgente, sin que pasase a competir con otros más antiguos que guarda aquella Real Sacristía. Alguna gente de tonsura lo denigró más de lo justo, comentándose que, por sólo el bordado de aquellos sacros paños, hubiesen percibido doscientos mil reales las Benditas de Jesús. Vicarios y sacristanes de otras monjas promovían estas murmuraciones. El reparto de las regias mercedes siempre acongoja más ánimos de los que congracia.
Sign in to unlock this title
Sign in to continue reading, it's free! As an unregistered user you can only read a little bit.