Las tropas salían de los cuarteles batiendo marcha, se acantonaban en los villorrios, merodeaban por los corrales. Las mujerucas que sufrían el daño sacaban de lejos las uñas, enronqueciendo clamores. Los pantalones colorados perseguidos por la zalagarda de los perros, el gruñido de los marranos y el rebuzno de los asnos escapaban trasponiendo las bardas. Los jaques de pueblo se reunían en la taberna: Si el mosto acaloraba los ánimos y encendía la trifulca popular, tres toques de atención para empezar la fusilada y restablecer el orden como previenen las sabias leyes marciales. El Caballo de Espadas, levantado en corneta, arenga con rutilantes tropos. En las mochilas cacarea un gallinero. Ladran los perros, innúmeros perros, nubes de perros: En fuga, cojeando, se expanden por la redondez del ruedo ibérico. Y sobre todos los horizontes, en el curvo límite, donde se juntan la tierra sin sembrar y el cielo, roses y pantalones colorados, brillo de bayonetas, fusilada y humo de pólvora. De la mochila de un quinto vuelan plumas de gallina. El Caballo de Espadas comenta en plática doctrinal con el rucio de Sancho:
-¡El mundo se arregla pegando fuerte!
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