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CAPÍTULO XIII

Don Luis González Bravo, cumpliendo deberes de etiqueta, pasó a presentar sus respetos al Rey Don Francisco. El Augusto Señor le recibió con amable reserva, adamando la figura bombona:
-Me alegro que seas tú quien recoja la herencia del pobre Narváez. Yo estoy muy contento porque conozco tu lealtad y sé que siempre has querido mucho a Isabelita. Mi Persona también ha recibido de ti señaladas muestras de afecto… Además, no soy rencoroso… Si lo fuese, es posible que en estos momentos tuviese de ti una queja muy grande: Me la reservo y no quiero reconvenirte… Se ha omitido consultarme para la provisión de cargos en Palacio. Se ha querido, sin duda, con esa actitud, ultrajar mi dignidad de esposo, mayormente cuando mis exigencias no son exageradas. Que Isabelita no me ame es muy explicable… Yo la disculpo, porque nuestro enlace no dimanó del afecto y ha sido parto de la razón de Estado. Yo soy tanto más tolerante cuanto que yo tampoco he podido tenerla cariño. Nunca he repugnado entrar en la senda del disimulo y siempre actué propicio a sostener las apariencias para evitar un desagradable rompimiento… Pero Isabelita, o más ingenua o más vehemente, no ha podido cumplir con este deber hipócrita, con este sacrificio que exigía el bien de la Nación. Yo me casé porque debía casarme… Porque el oficio de Rey lisonjea… Yo entraba ganando en la partida y no debí tirar por la ventana la fortuna con que la ocasión me brindaba, y acepté con el propósito de ser tolerante para que lo fueran igualmente conmigo. ¿Y qué consideración se me guarda? No hablo sólo por mí. Esos nombramientos van a escandalizar en la Nación. ¡La Nación no puede tolerar dignamente el espectáculo y el escarnio que se hace del tálamo! ¡Godoy ha guardado siempre las mayores deferencias a mi abuelo Carlos IV! En ningún momento ha olvidado que era un vasallo. ¡Cierto que son otros los tiempos! Pero el respeto a las jerarquías debe ser una norma inquebrantable. Es la clave del principio monárquico. Mi abuela María Luisa no sé lo que haya tenido con Godoy. ¡Allá su conciencia! Lo que todos sabemos es el profundo respeto y amor que siempre mostró a su Soberano el Príncipe de la Paz. Pero mi situación es muy otra, y con ser tan bondadoso el abuelo dudo que la hubiera soportado. La Reina, con su conducta, se hace imposible a mi dignidad y a la del pueblo español.