Era plena de luces la mañana madrileña cuando dejó su lecho de columnas con leones dorados la Reina Nuestra Señora. La Católica Majestad, vestida una bata de ringorrangos, flamencota, herpética, rubiales, encendidos los ojos del sueño, pintados los labios con las boqueras del chocolate, tenía esa expresión, un poco manflota, de las peponas de ocho cuartos: Con desgonce de caderas asentóse frente al tocador, altarete lleno de lilailos en el gusto de los retablos monjiles, y esperó a que la azafata pasase la chufleta para comenzar el tocado.
-Pepita, quiero que me pongas muy guapetona. Tengo interés en gustar…
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