La Católica Majestad, incorporada en las almohadas, metíase un rizo en la papalina, con gesto picarón y campechano. Doña Pepita, santiguándose para dejar toda sombra de pecado, sacó de la faltriquera el naipe, y miró a los rincones, buscando una mesilla. Batió en la colcha, con las regordetas palmas, la Reina:
-Aquí, mujer.
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