Los Señores Ministros, abrazados a las carteras, esperaban en la Real Antecámara. Su Majestad, voluble de inquietudes y buenos propósitos, deseaba celebrar Consejo. Los Señores Ministros esperaban con grave compostura. Cambiaban impresiones. Tenían una sombra preocupada. Eran muy alarmantes los pliegos llegados de Londres y París. Aquellas Embajadas advertían de un complot para derribar el Trono. Los Generales Unionistas, olvidando todos sus juramentos, amenazaban con sacar las espadas contra la Reina. Algunos Consejeros se negaban a creerlo. Era, sin embargo, indudable que se conspiraba más que nunca en los cuarteles. Don Luis González Bravo, en veces presidenciales, oía el medroso agorinar, con sonrisa de hieles:
-Ni Sartorius ni Bravo Murillo lograron sobreponerse al elemento militar. A la tercera va la vencida, y espero mostrar que puede un hombre civil ejercer la dictadura.
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