El Gabinete Azul de la Marquesa Carolina, puro colorín de titiritainas, frívola aspiración de elegancias, pintoresco y exótico, pronunciaba sus luces con arreglo al estilo y la moda que iniciaba París de Francia La Marquesa, en poético deshabillé, rasgaba los márgenes del Monitor Inglés, y era un dije de preciosa latiniparla, la menuda cuchilla con labores de Damasco. Fue anunciado el Marqués de Redín. La dama, lánguida, se miró la camelia sujeta en el pico del escote, y requirió la entrega abandonada en el regazo. Al azar, sobre cualquier página, entretuvo los ojos, con delicada insinuación de hastío en el carmín de la boca, la mano izquierda, como flor, caída en la falda. El Marqués se detuvo en la puerta:
-Temo molestarte.
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