La Marquesa Carolina, coqueta y lánguida, recibía el último homenaje del gallo polainudo. Don Adelardo López de Ayala, pomposo, barroco, hiperbólico modulaba sus despedidas. Estaba la Marquesa bajo el reflejo malva de una lámpara, reclinada en el nido de plumas y faralaes, con pintada sonrisa de madama en retrato:
-¡Se va usted cuando tenemos tantas cosas que contarnos!
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