La Marquesa Carolina, rubia y lánguida, tules y encajes, mimaba la comedia del frágil melindre nervioso. La Marquesa, con visaje de susto y escuela francesa de teatro, refería aquel espanto de Los Carvajales. El estrado isabelino pomposo de curvas y miriñaques, encendido de luces cristalinas y prismáticas, divinizaba su rosicler de París. ¡Y era tan emocionante el parlamento que suscitaba los murmullos del melodrama en la comparsa de tertuliantes! Atendía Feliche inmóvil, rígido el busto, cruzados los brazos. La Marquesa Carolina anovelaba de literatura el encuentro con la última sibila manchega. Sobre el relato pasaba, con fuga de susto, el comentario de Feliche:
-¡Aquella mujer daba miedo!
Sign in to unlock this title
Sign in to continue reading, it's free! As an unregistered user you can only read a little bit.