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CAPÍTULO VIII

¡Madrid! Lostregaba a lo lejos la collera de luces municipales. El convoy, con silbatadas de vapor y humos densos, echaba de sí la postrera fatiga. El Marqués se asomaba, aplastando la máscara tras el vidrio de la portezuela. El reloj de la estación le caía delante.
-¡Escandaloso! ¡Seis horas de retraso! ¡Nuestro mal endémico! ¡Lo he dicho siempre! ¡Nuestro mal endémico! ¡En este país nadie tiene prisa, y el tiempo es oro, como canta el inglés de la zarzuela! ¡Ahí debíamos tomar ejemplo! ¡Pero somos incorregibles! ¡Sólo servimos para las acciones heroicas! ¡Lo he dicho siempre! ¡Nos sobra heroísmo y nos falta maquinismo!