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CAPÍTULO VII

De lejos tuvieron el atisbo las disimuladas comadrejas, advertidos los ojos, por el movimiento de las figuras allá abajo, en el Campillo de San Blasito. Huidizas tomaron vuelo para la Venta del Pino: Allí se asilaron. Era el ventero un compadre desertor de presidio, que llevaba treinta años por aquellos parajes con el nombre supuesto de Frasquito Manchuela. Ya estaban en concilio Carifancho, Viroque y Patas Largas: Reunidos en torno de la lumbre, asegurados de que no había huéspedes ni otro recelo, dándole fin a una fritada de higadillos, perfilaban las últimas socaliñas para poner los espartos a la Pareja. Y apenas asomaron por la puerta las disfrazadas comadres, se alborozaron los bailones, al tino de quiénes eran los tales. Juana la Tito cortó la bulla, rajada de piernas, de gesto y de brazos:
-¡A lo que importa! Para mi discurso, visto el temor de que ese veneno nos lleve a la horca, más que a libertarle de los vellerifes ha de irse a sellarle el pío. La Pareja, si le echáis el alto, lo primero que hace es enfriar al preso. ¡Eso de toda la vida! ¡Pues a ello, chavales, y orégano sea!