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CAPÍTULO I

Corría el galgo madruguero por al sayal de las labranzas, pesquisidor sobre la sombra de las alondras en vuelo. Tío Blas de Juanes, con profundos dejos de melancolía, miraba perdido el sudor de la siembra. Era sol naciente. Las gollerías picaban en la juvenil amanecida, sacudiendo la caperuza de niñas viejas. Sobre las bardas doraba sus plumas el gallo algarero, y los charcales eran floridos de luces. Aún farfullaban, crecidos, los cauces serranos. El cachicán subía el recuesto del arruinado molino, y la comadre tuerta bajaba ondulando los guindillones de la falda:
-¿Se halla usted al tanto, Tío Juanes? La Pareja se me ha incautado del mala costilla. ¡Y ese solimán se berrea tanicuanto le aprietan las mancuerdas! ¡Que no vaya adelante de ningún escribano, porque nos pierde, Tío Juanes!