Con voces, silbos, carreras y zalagarda de canes, se avecinaban al portón de la casona algunos huéspedes, que por quemar la pólvora habían estado tirando a los buitres de Los Castriles. El Marqués de Torre-Mellada se avizoró metiendo la cabeza por la reja:
-¡Adolfito! ¡Adolfito!
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