La Marquesa Carolina, mimando la comedia del frágil melindre nervioso, bajó a la sala zaguanera donde damas y galanes hacían la tertulia del véspero. Teresita Ozores, Lulú Berlanga, Pepe Támara y Jorge Ordax se divertían jugando al burro, con chabacana algarabía. El Brigadier Valdemoro y Don Pedro Navia paseábanse de uno a otro testero, arcanos y meditativos. Dos bueyes labrando un surco. Gonzalón, cabalgando en una silla, tomaba el fresco al pie de la reja y desde allí, de tiempo en tiempo, graznaba un timo chulapo. Pepín Río-Hermoso asistía al carcamal palaciego en la traducción de un tratado inglés de veterinaria. La Marquesa Carolina hizo su aparición armoniosa y lánguida, rubia pintada, gracia crepuscular y francina de Dama de las Camelias. El Marqués llamó a su mujer, con falsete casquivano y glándulo:
-Carolinita, ¿quieres sacarnos de esta confusión?
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