El Marqués de Torre-Mellada, avecinándose al balcón, desdoblaba el telegrama que un lacayo acababa de presentarle en bandeja de plata. Terminada la breve lectura, con los quevedos en la punta de la nariz y el aire lelo, miró a su mujer. La Marquesa, aspirando el pomo de sales inglesas, le observaba:
-¿Alguna contrariedad?
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