La Marquesa y Feliche, estrechándose, cogidas del brazo, medrosas y ligeras, se metían por el portón de la casona. Un mozuelo pitañoso y zanquilargo, gorra de visera y alpargatas, batía la aldaba sin que acudiese ningún criado. Ante el revuelo de las azoradas madamas se ariscó, escupiendo una salivilla:
-¡Contra! ¡Aquí todos parecen sordos! ¿Es que no va a haber quien reciba un parte del telégrafo?
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