Tornando a Los Carvajales aullaban lúgubres los perros Luzbel y Belial. Se detenían vueltos sobre un rastro, las orejas erguidas, el rabo cobarde. La Marquesa Carolina se impacientó con un grito nervioso:
-¡Por Dios! ¿Qué les pasa a esos bichos?
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