En la cocina del molino la pellejuda del mosto hacía la rueda. Sobre la piedra del hogar, retorcido como un pabilo, el baldado mojaba el hocico en la honrada compañía de Vaca Rabiosa, Patas Largas, Pinto Viroque y Carifancho. El tullido, que reparaba con un ojo a la puerta, cuando entró el cachicán escupió repetidamente en la lumbre y se puso a picar tabaco con una navaja de a tercia, cacheada en su nido de remiendos. La bisoja, con el escarnio y el desafío de su risa de cabra, sacó del horno un lebrillo de chicharrones:
-¡Vamos a repartirnos esta pobreza!
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