Iba nublada la luna, y en el recato de las bardas se hacían un bulto el cachicán y la bisoja… Y ha vuelto la luna, que tras el nublo saca un cuerno. La molinera ríe, desatándose con garbo tuno el pañolito del talle, sacudiéndose los granciones prendidos en los flecos. Endrina, garbosa, tuerta, cenceña, ríe caprina y maligna. La sombra del viejo, socarrona y parda, proyecta otra sombra sobre las cales del tapial: Tiene brillos lilailos en el pecho, luces de lentejuelas, obra de un majo escapulario de Nuestra Señora del Monte Carmelo -un escapulario regalo de monjas, que el cachicán, en fiestas y domingos, se reviste sobre la gala de sus prendas. Sujetándose las ligas, se comba y cimbra la comadre:
-Esta broma hay que rematarla. Igual hace usted que un mozo sin miramiento. Para usted que se camina, bueno está… Pero no dice lo mismo quien aquí se recrea oyendo las músicas de un perro sarnoso. Tío Barrabás, ¿qué hizo usted para despabilarse de su vieja?
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