Eran tierras de señorío. La vasta casona fue lugar de muchas intrigas y conjuras palaciegas durante el reinado de Isabel II. Los Duendes de la Camarilla más de una vez juntaron allí sus concilios, y tiene un novelero resplandor de milagro, aquel del año 49, donde se hizo presente en figura mortal la célebre Monja de las Llagas. ¡Notorio milagro! Se comprobó que, cuando esto acontecía, la Santa Madre Patrocinio estaba rezando maitines en el Convento de la Trinitá del Monti, recoleta clausura de los Estados Pontificios, donde ejemplarizó día a día todo el tiempo del inicuo destierro a que la tuvo condenada el colérico Espadón de Loja. ¡Mucho sufrió entonces el cristiano sentir de la Reina de España! Para ahorrarle lágrimas y tribulaciones de conciencia, se celebraban aquellos concilios de Los Carvajales: Ellos trajeron nuevamente a la santa beata y sosiego al piadoso corazón de Nuestra Señora. Después, el tiempo veleidoso, que muda usanzas y tradiciones, sustituyó el santo rosario de las momias apostólicas por las cacerías y apartados de reses bravas, tientas y derribas, que están historiadas en los Ecos de Asmodeo. En este año subversivo de 1868, los lucios personajes del credo moderado y la aristocracia camarillera intrigaban con el sesudo acuerdo de quebrantar la hidra del liberalismo que conduce faltamente al caos de las Revoluciones. Unos, como los viejos predicadores de aldea, sacaban el Retablillo del Alma Condenada; Otros, más profanos y teatrales de un lugar invisible del espacio, sacaban, asida por los pelos, la ensangrentada cabeza de Luis XVI. ¡Cabeza de malabares que desdobla su ejemplo en las logias y en las sacristías, mostrando alternativamente una de sus caras, porque tiene dos, como el latino Jano! Del Coto de Los Carvajales quedan luengas memorias en las páginas tontainas de Asmodeo.
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