Se fueron en el tren nocturno de Andalucía. Las siete de la tarde, en aquellos claros días marzales, era una hora elegante y discreta para las últimas despedidas en la Estación de Atocha. ¡Las siete de la tarde! Volvían de la Castellana los troncos con un vaho acre, salpicados de espuma los paramentos. El Marqués se llenaba de angustia con aquella evocación: El desfile de carruajes, los teatros, las visitas de monjas, el ceremonial palatino, todas las candilejas de su vida refitolera y mundana se apagaban en la cortijera reclusión de Los Carvajales. Para consuelo y amargura, lo mejor de la sociedad habíase dado cita en la Estación de Atocha. Un sentimiento confuso de ajenjo y almíbares arrugábale la cara, mientras se ponía los guantes, detenido en la portezuela del vagón. Asomó la Marquesa:
-¡Feliche! ¿Dónde estás, Feliche?
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