Un buen fuego de sarmientos y encina ardía en el hogar iluminando con calientes tonos rojizos la anchurosa cocina de la venta.
Del techo, cruzado por largas vigas negruzcas, colgaba un candil de esos de cocina, que aun cuando daba más humo que luz, servía lo bastante a un grupo de arrieros que jugaban a los naipes en un rincón.
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