Como suele acontecer con casi todos los hijos únicos, Soledad había sido criada con extraordinario mimo. Su padre Jacinto Narváez, o el señor Narváez como le llamaban en la oficina donde desempeñaba el cargo de conserje, era un hombre de hábitos regulares.
Treinta años largos, pasados en una antesala del antiguo Ministerio de Fomento, habían por completo metodizado su vida. Se casara siendo Ayuda de Cámara de un importante hombre político. Cuando su antiguo amo fue elevado al ministerio, el señor Jacinto se puso en las mangas los galones de Ordenanza.
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