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CAPÍTULO XXXIII

El Cura, arrimado á la ventana, meditaba con la mano sobre los ojos. Volvieron á latir los perros en el encinar, y corriendo por entre los maizales, venía un mozo de ágiles piernas, capusay y luenga vara. El cabecilla descubrió los ojos, y reconoció á uno de sus confidentes:
-¿Ramuncho?