Don Pedro parecía muerto en el sillón. Ya no se quejaba, y la cabeza caída sobre el respaldo recibía, como las manos, el reflejo del candil. Era pálida y consumida, con la mitad de los pómulos temblando en un círculo de sombra, y en claro la frente y el perfil. Santa Cruz, inmóvil en la puerta, como guardándola, le miraba duro y obstinado:
-Amigo Don Pedro, haga por recobrar el habla.
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