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CAPÍTULO XXVII

Santa Cruz había dispuesto que una parte de sus voluntarios, distribuida en parejas, vigilase las veredas del monte y los vados del río. Hecho ésto, bajó con su guardia de doce hombres á pedir raciones en los poblados de Belza, Urría y San Pedro de Olaz. Por aquellas labranzas, alquerías, molinos é iglesarios, estaban repartidos los setenta mozos que iban en pos de Don Pedro Mendía, y que comenzaban á mal sufrir el enojo de tantos días de paz. Sentían renacer el tiempo de los romances viejos, oyendo el relato de las mujerucas que por las tardes les remendaban los ponchos, bajo la parra sin hojas. Eran aquellas las abuelas que parecen hermanas de los sarmientos. Encendidos los mozos con el recuerdo de la otra guerra, ardían como cirios votivos. Santa Cruz, avizorado y astuto, de todo se daba cuenta, é hizo que los suyos, mezclándose en los antiguos juegos, ágiles y fuertes, pudiesen hacer algún alarde de sus correrías mientras descansan bebiendo la sidra en el nocedal. Al mismo tiempo, por ganar la voluntad del cabecilla moribundo, enviaba á pedirle una orden para el alojo de la gente, aparentando que en toda aquella tierra no regía otro fuero que el de Don Pedro Mendía.
El Cura veló toda la noche esperando la llegada de sus confidentes. Acudían en rosario adonde quiera que ponía el real. Llegaban de todas partes y por todos los caminos, con las almas llenas de fe, como á una romería. Eran de muy varia laya: Aldeanas de gran refajo, que hablan con los brazos quietos y abiertos, asustados los ojos bajo el pelo tirante; graves labradores que vienen en su mula; algún mozo con capusay y larga vara; algún mendigo que duerme en los pajares; el loco que duerme en los caminos y habla con la sombra de las cosas; un leñador, un afilador, un ciego de romances, que hacen la vía para una feria; y la mujer del borracho, que al ir á la busca del marido escuchando por las puertas, se enteró y vino corriendo… Pero los que llegan siempre en mayor número, son los pastores. Viejos y niños zagales, como en las Adoraciones: Entre las pieles del zamarro traen una gracia de rocío y un bautismo lunar.