Santa Cruz, de quien andaban huyendo aquellos tres voluntarios, ahora tenía cercado y preso, en el caserío de Urría, á un viejo guerrillero de la otra guerra, Don Pedro Mendía, que achacoso y casi ochentón, había juntado una partida de sesenta hombres, siendo de los primeros en echarse al campo por Carlos VII. Este Don Pedro Mendía, hidalgo de cuenta en la montaña navarra, es el mismo capitán á quien, en algunos escritos de la otra guerra, llaman Don Pedro de Alcántara. Ahora, enfermo de mal de piedra, habíase refugiado en el caserío de Urría, y los días dorados del otoño le sacaban en un sillón á la solana. Desde allí, sus ojos callados contemplaban los montes, menos altos y enteros que su fe. Una mañana, rayando el alba, vió entrar en la sala donde dormía al Cura Santa Cruz. El viejo, insomne por los grandes dolores, se incorporó en las almohadas con el rostro amarillo y el ceño adusto:
-¿Qué traes, hijo?
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