Los tres voluntarios carlistas estaban chorreando agua, con las ropas pegadas al cuerpo. Traían sus armas, aun cuando el río lo hubieron de pasar á nado, buceando bajo la puente, para no ser descubiertos por los centinelas, y surgiendo lejos, en los rieles de la luna. Después habían venido agachados por las huertas, unas veces deteniéndose á escuchar cerca de las higueras y entre las viñas, otras, arrastrándose por los surcos donde dormían las codornices.
Los tres habían pertenecido á la hueste de Miquelo Egoscué. Contaban que, con otros siete, luego extraviados en el monte, venían huyendo de la partida del Cura. No querían servir bajo sus banderas, después de la traición con que anduvo para juntarse con ellos y matarles el capitán. Les preguntó Don Diego:
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