Doña Serafina y una maritornes se fueron por la escalera, sosteniendo en vilo el cuerpo de Agila. Y los hombres, con una burla grave en los ojos, parecían desdeñarlo mientras lo miraban. Á poco de subir, bajó Doña Serafina muy compadecida, y uno de los hijos le tomó de la mano el farol que traía:
-No apague, madre.
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