Era casa cristiana y de mucha labranza aquella donde tenía su alojamiento el soldado de húsares Agila Palafox y Redín. Los dueños, carlistas de abolengo, le trataban con generosa largueza, pero sin agasajo. Tampoco sabían que fuese nieto de la Marquesa. Hasta el domingo no corrió la voz por Otaín. Don Teodosio de Goñi supo la nueva en la misa mayor, y al retorno, por encima de la puerta, enteró á la dueña de la casa. Hicieron los dos un comentario lamentando el extravío de los jóvenes, y el caballero se despidió porque le esperaba su chocolate. Sacando por el embozo de la capa la punta de los dedos en un guante verde, saludó con finura de antiguo lechuguino:
-¡Vaya, consérvate siempre tan guapa, Serafinita!
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