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CAPÍTULO XXI

A prima noche, después de haber comunicado el santo y seña, salió de su alojamiento el coronel Guevara. Era pequeño y tripudo. Viéndole andar, sin saber por qué, daba la sensación de un viejo maestro de baile. Con saltos menudos atravesó la plaza, toda clara de luna, y entró en el palacio de Redin. Desde el comienzo de la guerra, los jefes que hacían alto en la villa, concurrían á la tertulia de aquella dama contemporánea de Espartero. Hablando con el coronel, preguntándole noticias de la guerra, la vieja se animaba. Pero de pronto, tenía un gesto de enfado:
-Lo que hacen ustedes no puede llamarse guerra.