Eulalia, cuando entró en la saleta de su abuela, venía sofocada y riente, seguida de Jorge. Al verla, un grupo de muchachas que rodeaba á la vieja señora, se alzó con rumor de bandada volando á besarla. Sólo una dama flaca, morena y bizca, permaneció sentada cerca de la Marquesa. Era la madre de aquellas niñas, y tenía un parentesco de tradición con la casa del general Redín. Muy amable, de palabra melosa, estaba casi en el suelo, y acariciaba sobre sus rodillas una mano de la tía Paquita. Su figura se destacaba por oscuro sobre una cortina de encaje, delante de un balcón. Tenía el perfil triste, la silueta flaca, toda la figura muy severa, de una rancia hidalguía castellana. Pero hablando se metía en el corazón con sus palabras de miel, á veces de una malicia bobalicona y graciosa, un poco de priora. Por su matrimonio con un viejo calavera y devoto, muy afecto á los fueros, era Condesa de Santa María de Vérriz. Las niñas, feas, morenas y con los ojos negros, tenían el perfil de su madre. Eulalia les decía al pagar sus besos:
-¿No pensaréis en iros hoy?
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