Todas las confidencias daban en la frontera al Cura Santa Cruz.
El terrible cabecilla, perseguido de los carlistas y de los republicanos, tenía que andar con un pie en la raya de Francia. El Rey Don Carlos, tiempo atrás habíale mandado llamar, pero el rebelde, fingiéndose enfermo, esquivó presentarse en la Corte de Estella. Desde entonces, por los mercados de las villas se anunciaba que iba sobre él, con muchas tropas, el general Don Antonio Lizárraga. El Cura, ante aquellas nuevas, permanecía en los montes de la frontera, al acecho de una ocasión propicia para invadir el solar de Guipúzcoa. Tenía allí muchos amigos, y esperaba poder burlar á republicanos y carlistas, aun cuando los dos bandos se juntasen para perseguirle. Y tal suceso, de juzgarle como á un bandolero, lo iban pregonando por aquellos caseríos algunos cabecillas parciales del general Lizárraga.
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