El cabrero sacó del zurrón un ángel, esculpido por él en madera olorosa de limón, y sentado sobre la cama, cerca de la luz, se aplicó á perfilarle el plumaje de las alas con la punta de su cuchillo. Agila le miraba lleno de curiosidad. El pastor, al cabo de un momento, levantó los ojos, que tenían la pureza de los horizontes montañeros:
-¡No es buena cosa la guerra!
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