Veintitrés voluntarios se desertaron en las angosturas del monte, cuando corrió por las filas aquel rumor medroso y cauteloso que anunciaba la desaparición de Egoscué. Fué el primero en volverse desandando camino, el pastor que una noche había sacrificado sus siete cabras para ofrecerlas en un banquete con cantos de versolaris, como en un pasaje antiguo, á los soldados del amo Miquelo. Descarriado de la partida, Ciro Cernín, trepaba á los riscos más altos, negro y quimérico bajo la luna. Erguido sobre ellos llamaba, dando á la voz un ronco y prolongado son de bocina:
-¡Amo Miquelo!… ¡Amo Miquelo!…
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