El Duque de Ordax cambió de uniforme en la posada, y después de rizarse los mostachos ante un espejo roto que le presentó su asistente, se dirigió al palacio de Redín. En la antesala halló á un viejo vestido de negro, con la levita salpicada de rapé. Era el mayordomo tan arrugado y consumido, que parecía una momia descubierta en el fondo de alguna alacena polvorienta. Tenía el rosario entre las manos, y rezaba sepultado en un sillón de cuero, frente á una litografía de Napoleón en Santa Elena. Se levantó consternado:
-¡Señor Duque, qué afrenta para una familia de tanta alcurnia, y para toda la nobleza, y aun para los que servimos en estas casas conociendo lo que representan y lo que fueron en la Historia!
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