Muchas horas después de haberse retirada los últimos voluntarios carlistas, aún permanecía encerrada en el fuerte la guarnición republicana de Otaín. Con recelo de una celada, seguía arma al brazo, avizorando tras los muros aspillerados, puestas atalayas en la torre sin campanas. A media tarde asomaron por la vega algunos jinetes de húsares que venían destacados en patrullas, explorando por el frente y flanco izquierdo, únicos sitios donde los carlistas podían emboscarse para un ataque. La infantería avanzaba por secciones á paso de marcha, metiéndose á veces en las siembras, porque era el camino muy angosto y pedregoso. De pronto se llenó la vega con el són de las cornetas, y otras cornetas respondieron roncas y claras, desde los muros del viejo convento. Cuatro compañías de Africa y cien jinetes, llegaban en socorro de los defensores de Otaín. El Duque de Ordax, ascendido á capitán, mandaba el pelotón de los húsares, y toda la fuerza del coronel Guevara. Se ordenó el alto en la Plaza de los Fueros. De tiempo en tiempo, asomaban corros de chiquillos, que gritan al amparo de una esquina, y escapan corriendo:
-¡Abajo los guiris!
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