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CAPÍTULO IV

Tres confidentes llegaron uno en pos de otro, con la noticia de que atravesaba los puertos la partida del Cura. Iba de prisa y en silencio, como los lobos cuando bajan al poblado. Oyendo á los perros había cruzado sin detenerse las aldeas dormidas, San Paul, Astigar, Arguiña. Pero las confidencias no aventuraban adónde fuese el terrible cabecilla, que anochecía en un paraje y amanecía á veinte leguas. Los tres espías, sentados en el banco que tenía á su entrada el alojamiento del general, loaban aquel prodigio, hablando en vascuence. Aún estaban descansando cuando llegó un viejo con noticias de la sorpresa de Otaín. Montaba su buena mula y dijo que lo enviaba la Señora Marquesa. Después de oirle, el general le mandó salir, señalándole la puerta con leve movimiento de la mano, y se volvió á sus ayudantes:
-¡Tejer y destejer! Ahora correrán órdenes para que reforcemos la guarnición de la villa, porque es indudable que resistirá en el fuerte.