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CAPÍTULO III

LOS CRIADOS, viéndola absorta como si viviese en la niebla blanca de un ensueño, la instaban para que contase sus visiones: Atentos al relato se miraban, unos incrédulos y otros supersticiosos. Adega hablaba con extravío, trémulos los labios y las palabras ardientes. Como óleo santo, derramábase sobre sus facciones mística ventura. Encendida por la ola de la Gracia, besaba el polvo con besos apasionados y crepitantes, como las llamas besaban los sarmientos en el hogar. A veces las violetas de sus ojos fosforecían con extraña lumbre en el cerco dorado de las pestañas, y la dueña de los cabellos blancos, que juzgaba ver en ellos la locura, santiguábase y advertía á los otros criados:
-¡Tiene el ramo cativo!