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CAPÍTULO IV

PASABA el camino entre dos lomas redondas e iguales como los senos de una giganta, y la pastora se detuvo mostrándole á la vieja una sombra lejana, que allá en lo más alto parecía leer atentamente, alumbrándose con un cirio que oscilaba misterioso bajo la brisa crepuscular. La vieja miró largo tiempo, y luego advirtió:
-A ese hombre yo lo vide en otros parajes. ¿Sabes cómo se llama el libro donde lee? El libro de San Cidrián. ¡También un hermano de mi padre lo tenía!…