YAMANECÍA cuando la pastora, después de haber corrido todo el monte, llegaba desfallecida y llorosa al borde de una fuente. Al mismo tiempo que reconocía el paraje de su sueño, vió el cuerpo del peregrino tendido sobre la yerba. Conservaba el bordón en la diestra, sus pies descalzos parecían de cera, y bajo la guedeja penitente el rostro se perfilaba cadavérico. Adega cayó de rodillas,
-¡Dios Nuestro Señor!
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