Only page of capítulo
325
4
Easy

4
CAPÍTULO IV

CONTABA la ventera los días esperando la primera luna para llevar sus ovejas á la fuente, donde había de romperse el hechizo. La pastora, sentada en el monte á la sombra de las piedras célticas doradas por líquenes milenarios, hilaba en su rueca y sentía pasar sobre su rostro el aliento encendido de las santas apariciones: Todos los anocheceres imaginábase que el peregrino volvería á subir aquel sendero trillado por los pastores, y nunca se realizó su sueño: Sólo subían hacia la venta hombres de mala catadura: Laneros encorvados y sudorosos que apuraban un vaso de vino y continuaban la ruta hacia la aldea, y mendigos que mostraban al descubierto una llaga sangrienta, y caldereros negruzcos que cabalgaban en jacos de áspero pelaje y tenían en el blanco de los ojos una extraña ferocidad. Adega, acurrucada en la cocina cerca del fuego, les oía disputar y amenazarse sin que nadie pusiese paz entre ellos. Después, sus ojos asustados adivinaban cómo aquellos hombres se avenían y se apaciguaban, reunidos en los rincones oscuros y escuchaba el ruido del dinero que se repartían á hurto.
El hijo de la ventera había vuelto tras una larga ausencia. Adega, cuando se reunía en el monte con otros pastores, oíales decir que anduviera en una cuadrilla de ladrones todo aquel tiempo: Los pastores referían historias que ponían miedo en el alma de la niña: Eran historias de caminantes que se hospedaban una noche en la venta y desaparecían, y de iglesias asaltadas, y de muertos que amanecían en los caminos. Un viejo que guardaba tres cabras grandes y negras era quien mejor sabía aquellas historias. Adega pensaba todos los días en huir de la venta, pero temía que la alcanzasen de noche, perdida en algún camino solitario, y que también la matasen. Llena de fe ingenua, esperaba que el peregrino llegaría para libertarla, y, dormida en el establo sobre el oloroso monte de heno, suspiraba viéndole ya llegar en su sueño.