(ECHADA sobre el canapé de su tocador, la enferma suspira y se queja. A su lado, en pie, mulle los cojines hechos con antiguas estofas eclesiásticas, la vieja Sabel. Aquellas sedas de un áureo reflejo que parece guardar el aroma del incienso, dan aspecto de reliquia al cuerpo exánime de la enferma. Cuando entorna los ojos y queda inmóvil, parece una de esas santas que en los remotos santuarios, duermen bajo el retablo dorado en urnas de cristal.)
OCTAVIA.- ¡Quisiera morirme! ¡Así acabarían de una sola vez tantos sufrimientos! ¡Si me durmiese y no despertase más!
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