(EN UNA estancia llena de silencio con un vasto aroma de alcanfor. Los cortinajes blancos de la alcoba cierran todo el fondo, y en los cristales de la ventana ríe el sol, un hermoso sol matinal y otoñal. Sentado, con la abatida cabeza entre las manos y en la actitud de un hombre sin consuelo, está Pedro Pondal. Cuando se levanta para entreabrir el cortinaje, porque la enferma se queja débilmente, puede verse que tiene los ojos escaldados por las lágrimas.)
OCTAVIA.- ¡Pedro! ¡Pedro!
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